Por LN Raquel Mizrahi
La velocidad con la que se han dado los avances
tecnológicos en los últimos años, principalmente aquellos que se refieren a
redes sociales y comunicación, rebasa
nuestra capacidad para darnos cuenta del impacto que tienen en nuestra vida.
Y si bien es cierto que nos percatamos de los
importantes beneficios de esta nueva forma de comunicarnos, es verdad también
que no nos damos cuenta del desequilibrio generacional que ha producido.
Nuestros hijos están expuestos a un ataque
indiscriminado de información que no son capaces de procesar, y para nosotros,
sus padres, cada vez es mas difícil poder contenerlos.
Este embate de información se ha traducido en una
especie de anestesia espiritual en los jóvenes creando una sensación de que “todo
es normal”, normalizando la violencia y la absoluta falta de respeto por la
dignidad del ser humano y por la vida misma. Pueden ver en directo o en programa de
televisión un acto de violencia mientras
chatean con 8 amigos de 6 países diferentes sin parar ni un instante a
reflexionar sobre lo que ven y escuchan. Sin embargo, estar expuestos de forma
indiscriminada a información que no son capaces de procesar, lleva a los niños
y jóvenes a carecer de propósitos e ideales en la vida, produce una sensación
de impotencia y desamparo, incluso empiezan a pensar que las acciones de las
personas (tanto las positivas como las negativas) no tienen consecuencias
importantes en la vida.
Algunos sociólogos piensan que la espiritualidad de
nuestros niños ha sido secuestrada por el contexto social tan deteriorado en el
que se desarrollan. Los niños crecen atrapados en una sociedad de consumo, en
la que incluso se ha llegado a mercantilizar las relaciones con sus padres,
abuelos y figuras significativas que sirven de modelos a seguir en la vida. Se
sobre estiman los valores materiales en detrimento de los espirituales y
relacionales. La espiritualidad ha dejado de ser importante y cada vez va
quedando mas atrás frente a otras prioridades.
Los problemas vinculados a la salud mental en
adolescentes como el consumo de sustancias químicas, alcohol, marihuana, la
depresión, la baja autoestima, los trastornos de alimentación (anorexia,
bulimia, trastorno por atracón…), la violencia intrafamiliar, el maltrato físico
y/o emocional, el abuso, alejan cada vez más a los niños y jóvenes de su
espiritualidad y como resultado se quebranta cualquier posibilidad de
desarrollar un autoconcepto sólido que les permita considerarse lo suficientemente
valiosos para aportar algo a su mundo y ser parte de un cambio positivo en su
entorno.
Este sentimiento de profunda desesperanza se traduce
en una vida sin sentido, los vuelve insensibles ante el sufrimiento ajeno, llevándolos
a vivir únicamente en el aquí y el ahora sin importar el futuro.
Mientras nos perdemos en la incansable búsqueda de formas para mejorar la
sociedad y “querer dejar un mundo mejor para los jóvenes”, parece que nunca
nos planteamos la opción de “dejar
mejores jóvenes a este mundo”…
Tal vez es tiempo de promover en nuestros hijos hábitos y conductas cotidianas basadas en una
responsabilidad espiritual activa y presente:
Como podemos fortalecer la dimensión espiritual:
- o Fortalecer la autoestima
- o Desarrollar el sentido de responsabilidad personal
- o Incentivar la conciencia de un futuro mejor como consecuencia directa de sus acciones presentes.
- o Fortalecer el concepto de individualismo colectivo (cada uno de nosotros es un ser único y especial con una función única en esta vida, pero con una responsabilidad social colectiva por el bienestar del prójimo)
- o Desarrollar valores éticos y morales con foco en el verdadero valor de las cosas
- o Incentivar la reunión entre lo material y lo espiritual
- o Fortalecer la idea de que el mundo puede cambiar como consecuencia de la suma de pequeñas buenas acciones y que cada uno de ellos puede ser partícipe activo de ese cambio.
- o Desarrollar la capacidad de analizar críticamente los mensajes de los medios masivos de comunicación
- o Identificar y protegerse de los mensajes autodestructivos (internos y externos)
- o Promover la empatía para ubicarse en el lugar del otro, y entender como respetar y aprender de las diferencias. Conectarnos con el otro desde el amor y no desde el juicio destructivo.
- o Ayudar a quien no puede ayudarse a si mismo; guiar a quien puede ayudarse pero no lo hace; alentar y apoyar a quien intenta ayudarse.
- o Ser transparente cuando nuestras decisiones y acciones representan a terceros; ser honesto protegiendo mi propiedad y respetando la propiedad de otros; primero cumplir con mis obligaciones y después exigir mis derechos; practicar y fomentar las “reglas de juego justas” (fair-play).
- o Mantener coherencia entre razón – palabra – acción; defender convicciones y principios con firmeza y valentía; mostrar temple ante la adversidad, moderación en la celebración de los éxitos, dignidad en la derrota, y ser magnánimo en la victoria.
- o Conocer y conocerse.
- o Tomar conciencia que el consumo es uno de los motores de la sociedad en que vivimos. Poder analizar críticamente los mensajes, escuchar las inquietudes y necesidades personales, dimensionar el alcance de la capacidad de decidir y crear.
- o Desarrollar la capacidad de armar redes de intercambio positivas, conectarse como individuo con lo social, fomentar la interdepencia como seres activos con capacidad de cambio.
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